Leer y descubrir

Frankenstein

Mary W. Shelley

    Prometeo Encadenado, Escultura de Rodrigo Arenas Betancur

    La ciencia-ficción

      Frankenstein o El Moderno Prometeo es una obra pionera de la ciencia-ficción. El tema de la novela no es otro que la creación del hombre artificial. Y para desarrollarlo Mary W. Shelley se aparta de los fenómenos sobrenaturales, la magia o la alquimia, propios de los cuentos góticos, y utiliza conocimientos científicos. Recoge los presupuestos de la filosofía materialista y de la ciencia de su época sobre los orígenes de la vida. Unos presupuestos de los que tanto su padre, a quien dedica el libro, como Percy B. Shelley, Lord Byron o el Dr. Polidori eran fervientes defensores.

      Ella misma ofrecería su versión sobre el origen de su novela: una noche, durante el lluvioso verano de 1916, a orillas del lago Ginebra, impresionada por la discusión entre Shelley y Byron sobre un experimento de Erasmus Darwin, abuelo de Charles Darwin, según el cual un fragmento de verme conservado en un frasco de cristal había conseguido moverse por si solo, Mary se retiró a su habitación. Una vez allí tuvo la visión de un monstruo que, tendido, se levantaba torpemente bajo la mirada horrorizada del estudiante que lo había construido. Con la narración de esa visión empezó a escribir la novela. Y esa visión se convertiría en el eje de su creación.

      Para la creación de su personaje Mary W. Shelley se basa en la investigación más avanzada del siglo XIX: en la Biología evolucionista de Erasmus Darwin, en la teoría de Joseph Priestley según la cual la electricidad se encontraba en el origen de la vida, y en el galvanismo, que había descubierto que la electricidad podía excitar la contracción de los músculos. Esta aplicación de la electricidad había llegado a Gran Bretaña a través del médico escocés James Lind a quien, según las últimas investigaciones, un joven Percy B. Shelley habría frecuentado durante su estancia en Eton- y que en aquellos momentos se aplicaba en el intento de reanimación de cuerpos muertos, una práctica muy en boga y que se llevaba a cabo en sesiones públicas muy concurridas. Por otro lado, la ambientación de la novela refleja también las últimas preocupaciones del progreso como, por ejemplo, el intento de abrir una ruta marítima a través del Polo para llegar al Pacífico Norte, o la mejora de las comunicaciones.

    Frankenstein o El moderno Prometeo

       

      El protagonista de la novela, Víctor Frankenstein –su criatura carece de nombre--, muchos de cuyos rasgos biográficos y experiencias intelectuales coinciden con los de Percy B. Shelley, estudia en la universidad alemana de Ingolstadt, famosa por sus avances científicos en el campo de la medicina. Y en Ingolstadt Víctor Frankenstein abandona las teorías de Paracelso y Agripa y adopta las últimas teorías científicas. Con ellas será capaz de crear un hombre artificial; se convertirá en El moderno Prometeo. Porque Prometeo, según la tradición es quien, enfrentándose a los dioses crea la especie humana modelándola en arcilla.

      Hasta aquí, no hay ningún problema. Pero Prometeo es también el benefactor de la humanidad por excelencia, es quien roba el fuego a los dioses para dárselo a los humanos. Es la encarnación del espíritu de iniciativa de los hombres y de su tendencia a desconfiar de las fuerzas divinas.

      ¿Qué ocurre, pues, en la novela para que el nombre del benefactor de la humanidad se haya convertido en un mito que es la más genuina representación del horror?

      La primera pista nos la da la cita con la que se abre la novela. Corresponde a El paraíso perdido (1674), de John Milton, poema épico en el que los ángeles rebeldes capitaneados por Ariel son vencidos, y Adán y Eva son expulsados del paraíso. Adán se lamenta:

      ¿Te pedí,
      Por ventura, creador, que transformaras
      En hombre este barro del que vengo?
      ¿Te imploré alguna vez que me sacaras
      de la oscuridad?

      El paraíso perdido, Libro X

      Tanto Ariel, el ángel rebelde, como Prometeo –que ya había sido objeto de atención por parte de Calderón de la Barca, y que protagonizará el Prometeo (1916) de Byron, y el Prometeo desencadenado (1819) de Percy B. Shelley–, o como el mismo Frankenstein, se convertirán en figuras claves del romanticismo.

      Por todo ello, la lectura de Frankenstein nos enfrenta, en palabras de su autora en el prólogo a la edición de 1831, a los más misteriosos temores de nuestra naturaleza y hace que nos cuestionemos principalmente:

      • El papel de la ciencia y nuestro papel ante el progreso científico y tecnológico.
      • La libertad del individuo y los límites de la individualidad: las implicaciones morales, sociales e individuales de nuestras propias acciones.
      • El comportamiento humano: la igualdad social; los prejuicios sociales; el miedo ante lo desconocido.
      • Las relaciones entre la ética y la estética, los binomios belleza-bondad; fealdad-maldad.
      • La importancia de las relaciones socioafectivas en el desarrollo de la personalidad y la capacidad de empatía.
      En modo alguno me siento indiferente ante cómo puedan afectar al lector los principios morales que existan en los sentimientos o caracteres que contiene la obra. Sin embargo, mi principal preocupación en este punto se ha centrado en la eliminación de los efectos enervantes de las novelas de hoy en día, y en exponer la bondad del amor familiar, así como la excelencia de la virtud universal, escribió Percy B. Shelley en el Prólogo a la edición anónima de 1818.