Desde su publicación, la crítica elogió el estilo natural, sencillo y sobrio de Carmen Laforet, y se sorprendió de su gran calidad a pesar de la juventud de la autora. Entre sus cualidades, destaca su estilo bifocal, por un lado impresionista en la presentación de la ciudad, sus edificios, sus barrios; y, por otro, expresionista en la descripción de personajes y en la deformación de sus rasgos. Todo ello para componer una atmósfera con elementos asfixiantes que amplifica las miserias morales de la familia y elimina toda esperanza de futuro compartido.
Este primer contraste de estilos no es el único. La autora gusta de contraponer imágenes oscuras, claustrofóbicas, pesimistas, violentas –incluido un suicidio-, junto a otras llenas de agua -símbolo de limpieza-, luz, optimismo, amistad o que incluyen un viaje final prometedor.
Los rasgos estilísticos más relevantes se pueden resumir en:
En definitiva, la mayoría de estudiosos coinciden en afirmar que es una novela bien caracterizada en la expresión, en la definición de los personajes, en la descripción del ambiente y en el arte de la escritura.